lunes, 30 de mayo de 2016

Abeja Roja (III) De orígenes y otras cosas...






III


Sí, no se preocupe, ahora le cuento lo de los ritos, los misterios y lo de la muerte de Deméter… Ya sé que es ésta la parte de la historia que más suele interesar, quizás la que le ha hecho venir a conocerme. Mientras tanto vayamos comiendo, que esto ya está, y la harina fría, para mi gusto, no vale nada. Ya tuve que comérmela así en la cárcel durante todo el tiempo que tuve que esperar  a que fueran esclarecidos los hechos. Sí, sí, de homicidio involuntario, de eso me acusaron, tiene usted toda la razón. Pero yo no tuve nada que ver con la muerte de Deméter. Todo fue un lamentable accidente. Yo estaba loco por ella, nunca, pero nunca, se me hubiera ocurrido hacerle daño. No, no tengo por qué avergonzarme, estaba enamorado como un “verraco”. Yo creía estar viviendo dentro del mito: ella era la diosa del mismo nombre y yo era Yasión. Por primera vez creía en los cuentos de hadas. Lo nuestro era una nueva puesta en escena de La Bella y la Bestia.  Eso pensaba yo, mas  resultó ser una entelequia; sólo fui un mero instrumento, un triste actorcillo en una farsa muy bien montada, aunque quiero convencerme de que Deméter, en el fondo, llegó a sentir por mí, si no amor, al menos un poco de cariño.

¿Recuerda que le dije que mi destino estaba prefijado? Pues así era. Nada, pero absolutamente nada, había sido producto del azar, Rigo, Guadalupe y Deméter, lo habían planeado todo, y yo, comemierda que siempre he sido, caí en la trampa. Pero para que usted comprenda, señorita, todo esto…, quiero decir, el porqué de todo ese detallado plan,  tengo que explicarle antes varias cosas…

Míreme bien, nunca he sido agraciado… Bueno, para que voy a andar con eufemismos, soy un jabado desteñido y pasú; ñato y ojeroso; de endeble constitución y de pectus excavatum; soy feo y más que feo, mi único atributo físico digno de mención, aparte del verde de mis ojos, lo llevo escondido, no se ve a simple vista, y los otros, los que me hacen humano, persona, buena gente, esos…, tampoco los ve nadie, porque se me valora enseguida por el físico. Entonces, cómo es que una mujer como Deméter se fijó en mí, en un adefesio como yo que, para colmo, el día que tuve que dar la consabida clase sobre la abeja roja, me quedé en blanco y comencé a tartamudear, y no se me ocurrió otra cosa, para salir del paso, que imitar a la gran Sarah Bernhardt* y fingir un desmayo en el proscenio, lo que provocó que, al caer al suelo y no haber calculado bien la caída, mi cabeza fuese a dar de lleno contra el borde del primer escalón y me abriera una brecha que dejó todo el entarimado manchado de sangre y diez puntos de sutura en mi cuero cabelludo. El auditorio pasó de las risitas subrepticias, mientras yo gagueaba, a un ¡Ohhh! generalizado al sentir el estruendo de mi cabeza contra el peldaño. Por qué, señorita, a pesar de tan bochornoso incidente, Deméter aceptó que yo siguiera de profesor invitado y volvió a proponerme relaciones íntimas aquel aciago día en que todo ocurrió… Pues porque  yo cumplía todos los requisitos que ella necesitaba: iluso, moldeable, viril, fértil, “bien dotado” y, lo más importante, porque atávicamente  por mi sangre corrían…, bueno, siguen corriendo, genes griegos, egipcios, romanos y africanos. Aunque a mí para nada me ha servido tanta mezcolanza genética, pues ya ve, lejos de mejorar la especie, la he degradado.

Tiene usted razón,  es algo totalmente  surrealista, pero así es mi árbol genealógico…  ¿De ampanga la cosa, verdad?

Sí, sí, le explico…, le explico: Mire, mi padre es masái e hijo de un masái de Kenia, bueno, esto ya lo sabe usted, porque lo mencioné antes, pero su madre, o sea, mi abuela, no era keniata, era egipcia… ¿Qué cómo llegó allí mi abuela?, esa es otra larga historia, igual de larga que la de la peregrinación de mi padre hasta esta isla… Otro día, si usted quiere, se la cuento… Sigamos: por  parte de mi madre, que nació aquí, que es isleña, su padre, mi abuelo, era italiano, de Roma,  y mi abuela era griega, de Arcadia, y aquí tenemos otra diáspora digna de ser narrada o escrita en el futuro. Como puede comprobar mis ancestros llevaban el gen del éxodo en su doble cadena de ADN.

¿Por qué mis raíces étnicas eran tan importantes para Deméter? A eso iba…,  pero coma, coma usted, que se le va a enfriar la harina. No, no se preocupe por mí, no tengo mucha hambre,  luego la vuelvo a calentar y me la como; la paso por la sartén con un poco de manteca de puerco y estará aún más rica. ¿Está buena, verdad? ¡Claro que sí! No es por querer alardear, pero he descubierto que tengo buena mano también para la cocina. Uno nunca sabe qué semilla escondida lleva dentro, hasta que un día, así, sin más, germina, y  cuando menos te los esperas, florece y fructifica. Nunca se me hubiera pasado por la cabeza que a mí  la horticultura se me iba a dar tan bien, y, mucho menos, la cocina.
Usted siga, siga degustando la harina que yo le sigo contando.

 Mire, cuando Rigo y Guadalupe estuvieron en su misión de estudios en el Amazonas, descubrieron por casualidad, relativamente cerca del nacimiento del río, en la Cordillera de los Andes, en una cueva perdida de la mano de Dios, varias tablas de arcilla que, como la Piedra de Rosetta, tenían grabadas caracteres en tres idiomas distintos: latín, griego y aimara.  Ellos Iban tras la pista de una singular y extraordinaria Dryadula phaetusa, mariposa conocida como tigre de granadilla, de la que habían oído hablar a una tribu de la cuenca del Amazonas y que,  por lo que les habían contado los indígenas sobre las características de este fabuloso ejemplar, su descubrimiento al mundo de la entomología sería una revolución, ya que todo lo relativo a la morfología de esta especie de la familia Nymplalidae, quedaría en entredicho, pues, ya de por sí, tal la describía el chamán de la tribu, alcanzaba unas dimensiones fuera de lo común. Los indígenas, además, le atribuían, a la rara mariposa, propiedades mágicas y divinas. Rigo y Guadalupe se imaginaron copando la portada de la revista Science como aventajados discípulos de Linneo, Wallace,  Fabre o hasta de Darwin, mostrando al mundo este gigantesco lepidóptero, que, por lo visto, tendría que ser algo así como el King Kong de las mariposas. Pero lo que no se pudieron imaginar nunca fue que acabarían siendo émulos de otra gran celebridad, de Jean Fraçois Champollion, el descifrador de la ya mencionada Piedra de Rosetta, sólo que, al contrario del insigne francés, ellos no tuvieron que descifrar absolutamente nada. Guadalupe, además de entomóloga, era semióloga, hermeneuta, etimóloga y una excelente políglota especializada en lenguas muertas y antiguas; hablaba a la perfección el copto, el sumerio, el latín, el griego, el yoruba, el quechua y el aimara, esta última por ser su lengua nativa; ella había nacido en una pequeña población aledaña al lago Tititaca.

A pesar de la importancia arqueológica de este descubrimiento no lo sacaron a la luz, lo mantuvieron oculto. Aunque aquellos textos eran seguramente apócrifos, ellos no podían permitir que lo allí relatado fuese de dominio público, sobre todo Guadalupe. El texto en griego hacía referencia a los ritos secretos  de los misterios de Eleusis; todo parecía indicar que podrían ser fragmentos de diversas tragedias  de Esquilo donde desvelaba parte del culto que tenía que permanecer en absoluto secretismo y por los que, según se cuenta, había sido juzgado y acusado de impiedad; asimismo se reproducía, a continuación, el himno homérico a Deméter y Perséfone. El texto en latín también hacía referencia a los misterios eleusinos y transcribía, íntegramente, El rapto de Proserpina escrito por Ovidio, extraído de su conocida obra Las Metamorfosis. En el texto aimara se revelaban unos asombrosos ritos a todos aquellos dioses antiguos que tuvieran que ver con la fertilidad, la sexualidad o la tierra, mezclándolos con los ritos y misterios de Eleusis, y se detallaba, paso por paso, la ceremonia iniciática (Myesis) para una nueva reencarnación de estos dioses en los seres humanos y alcanzar la Epopteia en una inusual experiencia extática. Era un increíble ajiaco cultural donde se rendía culto a las diosas Pachamama,  Nammu, Oshun, Ixchel, Isis, Tueris, Frayja, Gea, Deméter, y hasta a la virgen María; y a dioses masculinos como Min, Shiva o Príapo, entre otros.  Pero, para ponerle la tapa al pomo, como decimos por aquí, al final del texto se encontraba, enmarcado dentro de un dibujo que semejaba un útero, un rito especial y una receta “mágica” para curar la esterilidad,  donde las abejas y la miel, además de la sangre y el semen de un ser multi-genético, considerado una reencarnación de Príapo, o de cualquiera de esos otros dioses por el estilo, jugaban un papel primordial. Y es aquí donde yo me convertía en una pieza clave.

 Quien quiera que hubiera sido el cronista que había dejado su impronta en aquellas tablas de arcilla, tenía un conocimiento cabal y exhaustivo de todas las mitologías mencionadas y de todos los dioses de cada uno de estos panteones, y, por ciertas acotaciones hechas debajo de los textos principales, era del convencimiento de que todas estas deidades tenían un origen común, ya que todas venían a representar lo mismo; a este origen común lo nombraba Adivairamirp o El gen del origen deífico. Pero donde en realidad estaba lo insólito, lo extraordinario de aquel hallazgo y que resultaba totalmente absurdo, era en la datación de las tablillas, porque, según las pruebas del carbono 14 realizadas por Rigo y Guadalupe, estas tenían una antigüedad de 240 000 años, o sea, que pertenecían al  paleolítico, lo que daba a entender que aquello había sido escrito por un hombre del neandertal, y esto era totalmente imposible. Pero aquí no acaba la cosa. Las tablillas estaban numeradas, seguían un orden establecido para poder ser leídas. En la parte superior izquierda se reflejaba este orden en números romanos, pero, en la parte inferior derecha, aparecían unas cifras con los caracteres propios de la numeración actual, la indo-arábiga, sólo que estaba conformada por ceros y por unos, lo que la convertía en una codificación binaria.



Continuará.... si logro salir de este embrollo


*Leyenda urbana (aunque creo haberlo leído alguna vez en la prensa cubana como cierto) que cuenta  que la gran Diva del teatro francés, en una de sus actuaciones en mi isla, se olvidó del texto y fingió un desmayo dejando al público con dos palmos de narices, pues se dio por concluida la función.
Dryadula phaetusa


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