viernes, 14 de febrero de 2014

Amalia mirando el mar (final)

Noel (Ilustración del autor)


_ ¿Por qué?_ pregunta Noel_ ¿Por qué haces esto?
_ Te ayudará a olvidar, nos ayudará a olvidar.
_ Pero… no me conoces...
_Tus ojos me han dicho que puedo confiar en ti...
_ A mí los tuyos también... pero… no sé... qué va a pasar ahora. No me queda nada, no me queda nadie...
Noel llora, llora con fuerzas, con ganas, su corazón está pariendo la amargura. Sus ojos reviven de nuevo el horror. Su sexo fenece. Los enormes girasoles se esconden tras sus manos mientras los pétalos caen vencidos en la arena húmeda que los devora. Siente que tiene que terminar de sacarse el espanto, dejarlo allí para que la arena también lo devore.
_Todo ha sido culpa mía, todo... están muertos por mi culpa... coño... por mi culpa...
_ Tranquilo... Qué pasó. Cuéntamelo... Desahógate... _ dice Amalia enjugando sus propias lágrimas. Noel se quedó unos minutos callado, respiraba lentamente para tratar de calmarse. Cuando pensó que lo había conseguido continuó su relato.
_ Estábamos muy cansados... ya nos dolía todo, empezaba a hacer frío... _de nuevo sintió un nudo en la garganta que le impedía seguir hablando.
_ Espérate.
Amalia se levantó, se dirigió hacia donde había dejado el bolso, echó mano de este y regresó donde Noel. Sacó del bolso una botella de agua y un frasco de comprimidos. Extrajo una pastilla.
_ Toma,  trágate esto y bebe.
Noel se llevó la pastilla a la boca sin preguntar que era y se empinó al pico de la botella.
_Es Diazepán, te sentará bien... lo sabré yo... ¿Mejor? ¿Sí? Bueno, pues escúpelo todo, todo ese horror, toda esa culpa, vomítala. Siente a  Yemayá. _ Amalia cogió una pulida  y pequeña piedra de la arena y la colocó entre las manos de Noel._ Ella me a puesto en tu camino para hacerte olvidar, como te ha puesto a ti en el mío para hacerme olvidar.
_ Gracias..., el caso es que ya no nos quedaban más fuerzas_ Continuó relatando Noel._ estábamos muy agotados. No teníamos idea de cuanto tendríamos que remar aún. Si estábamos todavía en aguas territoriales o ya habíamos salido de ellas. Temíamos nos sorprendiera el amanecer y fuéramos vistos por los guardacostas de uno u otro bando. Yo empecé a quejarme: que aquello era una locura, que nos iban a coger, que nunca teníamos que habernos ido. Mi hermano me dijo que me callara, pero yo no le hice caso y seguí con mis lamentaciones. Trató nuevamente de acallarme dándome un codazo que me dejó sin aire y con el que me deshice en llanto.  Abelito El Fiera se iba impacientando, lo sentía murmurar y resoplar, hasta que en un ataque de ira gritó:
__ Javi, dile al cacho de maricón este que se calle o lo voy a despingar to’. Me tiene hasta los cojones con tanta blandenguería.
__Noel, deja la bobá, acere_ gritó Pundingo también.
__Nos van a coger, coño, nos van a coger... Javi, esto es una mierda, vamos pa’ tras..., Javi. _ imploré yo a mi hermano.
__Noelito, calla ya coño, calla, que hasta a mí me estás poniendo nervioso. _replicó mi hermano.
__ Este es un rajao, si quiere regresar que se tire al agua y que nade, a ver si se lo jaman los tiburones y no resinga más.
__Venga cagao, que eres un cagao, tírate y jódete, mariquita. __ dijo Pundingo.
__Para ya Pundingo, acere, que el horno no está pa’ galletitas. __dijo Javi.
__Ah, no defiendas tanto a tu hermano, tú, que éste no ha puesto na’ aquí, sabes, y lo que ha estado es  todo el tiempo jeringando el hijo de puta.__soltó El Fiera, iracundo.__ Si está aquí es por ti. Porque lo que es por mí, este maricón,  hijo de puta, no hubiera puesto el culo en esta balsa.
__Ya me han enpingao, cierra esa boca cochina pa’ referirte a mi familia, no mientes más a mi madre muerta, singao por el culo...  Más puta será la tuya, cabrón, y más maricón eres tú, y sabes bien por qué te lo digo, no me hagas hablar Fiera , no me hagas hablar que tú sabes que yo sí sé...
__ ¿Qué coño tu sabes de qué, pendejo, qué coño tu sabes de qué....?
__Fiera... vamos a dejarlo ahí, cojones, vamos a dejarlo...
__Eh, qué te sabe éste, Fiera...__ preguntó Pundingo.
__Na’, comepinga, na’, qué me va a saber... lo que pasa es que se a acojonao como la puta de su hermano.
__Fiera, te lo advertí, basta ya... de ofender, basta ya… o te juro que te parto en dos aquí mismo.
__Ah, éste se ha volao, qué tu dices maricón...
__Mira, ya me cansé, más maricón eres tú, o ya se te olvidó lo tuyo, se te olvidó que en el Pre te cogieron con dos libras de carne metías en el culo...eh, se te olvidó, pájaro de mierda...
__Cállate Singao, cállate... __Gritó el Fiera y se abalanzó sobre mi hermano que estaba justo delante de él.
__Ahhh, Me has jodido desgraciao, me has jodido… __ gritó mi hermano, luego sentimos caer su cuerpo al agua. Pundingo encendió la linterna, entonces vimos al Fiera jadeante, con los ojos llenos de lágrimas y la navaja en la mano chorreando sangre. Después todo fue muy rápido, yo llamando a mi hermano, El fiera y Pundingo discutiendo, mi hermano que no respondía, ellos comenzaron a pelarse, la linterna de Pundingo cayó al agua. Todo quedó de nuevo a oscuras, saqué la mía y comencé a alumbrar hacia el mar. A pocos metros estaba el cuerpo de mi hermano, la sangre manaba a su alrededor, remé hasta él, los otros seguían discutiendo, le giré boca arriba, estaba muerto. El Fiera le había atravesado el corazón con la navaja. Me quedé mudo de espanto, quería gritar y no podía, sentí que un frío glacial se apoderaba de mi cuerpo, era miedo,  era terror. En la discusión Pundingo se acaloró y golpeó al Fiera con la cantimplora en la cara, luego se le tiró al cuello con sus potentes manazas, hasta que comprobó que le había estrangulado, entonces lo empujó al agua. "Era mi amigo, coño, gritaba, era mi amigo, Fiera, era mi brodher, nadie jode a un brodher mío". Al mismo tiempo se giró hacia mí, yo le alumbraba con la linterna. "Todo por tu culpa  me dijo, esto se ha ido a la mierda, coño, a la mierda, ya no merece la pena... aquí vamos a morir todos…" En el suelo de la balsa la navaja del Fiera yacía ensangrentada, Pundingo la recogió y se me echó encima, apagué la linterna de golpe y le esquivé, perdió el equilibrio y su cuerpo  golpeó contra los tablones, la cabeza fue a parar justo encima de mis pies, traté de escapar levantándome, pero me agarró por la pantorrilla, entonces cogí el remo que llevaba a mi lado y le golpeé en la cabeza, le golpeé  con fuerza, sentí la madera hacerse añicos en el cráneo. Me había convertido en un asesino, pensé que le había matado en ese momento, pero no, volvió a ponerse en pie, lo sentía manotear en el aire buscándome. Me arrinconé lo más que pude al borde de la balsa aún con el pedazo de remo en una mano y la linterna en la otra. Entonces me encontró, su enorme zarpa  atrapó mi pulóver y pude percibir muy cerca el frío acero de la navaja, pero no le di tiempo a asestar la puñalada que venía, ciega y sin rumbo, sobre cualquier parte de mi cuerpo. Con una rabia que no supe de dónde me salió, y con una idéntica destreza, logré zafarme y comencé a propinarle golpes a diestra y siniestra con el cacho de remo y con la linterna. Le oía gritar de dolor pero no emitía palabra alguna. De pronto sentí que uno de los golpes con la linterna le había alcanzado la cabeza, su cuerpo cayó como un enorme pedrusco al borde de la balsa y luego al mar. No lanzó ni un quejido, le había matado, le había fulminado con un linternazo en la sien, lo pude comprobar cuando, casi saliéndoseme el corazón por la boca, encendí la linterna y el cono amarillento de luz me devolvió su cabeza sangrante y sus ojos fijos e inmensamente abiertos, mirándome, desde la negritud de la muerte, de forma acusatoria. Seguí rastreando con la luz de la linterna y descubrí los cuerpos de mi hermano y de El Fiera flotando a la deriva y alejándose cada vez más de la balsa.  La cabeza me daba vueltas y el estómago se me revolvió de tal manera que comencé a vomitar hasta casi echar el alma y parte de mis vísceras. Me tiré sobre las tablas desnudas. En mi mente me martillaba una palabra: ASESINO, ASESINO, ASESINO… La cabeza se me quería partir en dos. Allí, agazapado, entre el vómito y aquel incesante martilleo mental, me quedé dormido. Cuando desperté casi estaba amaneciendo, la débil luz del sol posada sobre el agua me mostró la inmensidad de un mar en calma y el minúsculo punto que era yo en aquel espejo aún opaco. Los cuerpos de mi hermano y sus amigos ya no se veían. Para mi sorpresa, pude atisbar en la lejanía del horizonte unas sombras que me hicieron pensar que podían ser árboles, por lo tanto, la posibilidad de que hubiera tierra era real. Supuse que alguna corriente marina me devolvía a algún punto, otra vez, de la geografía cubana, pues estaba seguro que no habíamos avanzado lo suficiente, como para que aquello fueran las costas de la Florida. Sin pensarlo dos veces me despojé del pulóver, en el que había descubierto manchas de sangre, del short y de los tenis y me lancé al agua con uno de los salvavidas que nos habíamos agenciado por unos dólares de mierda, con él he estado nadando hasta casi llegar a la orilla. Y esto es todo.
Noel se quedó en silencio, con la mirada perdida, extraviada. Amalia le miraba con ternura, como una madre a un hijo recién nacido. Tal parecía que aquel joven enclenque se hubiera arrancado todo el espanto de encima. Tras la mirada enrojecida por el llanto, que vagaba por no se sabía que recónditos territorios, el rostro se había tornado suave y hasta más bello. ¿Se podía amar a un asesino? Se preguntó Amalia. ¿Era en verdad un asesino? Si era cierto lo que había contado, había actuado en defensa propia, lo que para ella lo eximía de tal acusación. Hubo un momento en que sus miradas se encontraron, la de ella penetrante, taladrando la de él, como queriendo adentrarse en su cabeza y adivinar lo que pensaba en esos momentos, y la de él, de vuelta de aquel vagabundeo por las tierras del temor, del desconcierto y la incertidumbre, posándose levemente en la dulzura interrogante que irradiaban aquellas ranuras de mezcla asiática y africana. Quedaron así unos segundos, consumiéndose el uno en la mirada de la otra y viceversa.
Entonces dijo ella, mientras con delicadeza le acariciaba la mejilla:
__Es una historia terrible, lo siento mucho. No te tienes que sentir culpable, no te ha quedado más remedio que actuar como lo has hecho. Yemayá es sabia y te ha salvado la vida, te ha traído hasta mí y me ha traído a mí hasta a ti.
Le abrazó con deseo, le besó con amor, como si le conociera de toda la vida, como si le amara de siempre, como si Gabriel no hubiera existido nunca, como si ella hubiera vuelto a nacer.

Amalia pájaro despierto, Amalia semilla que se yergue, Amalia luz en la sombra, Amalia acuarela que renace, Amalia libre, Amalia amando, Amalia para siempre Amalia.

El cielo está ya completamente azul. Límpido y azul. No quedan vestigios de nubes, la ballena ha sido engullida en sus propias fauces. El abejorro de nuevo deja escuchar su zumbido alborotador y el mar, también azul, rompe en la orilla en una desgarradora caricia. Los primeros bañistas matutinos aparecen aquí y allá. En breves momentos la playa se convertirá en un enjambre si el sol sigue decidido a ocupar su trono real después de haber desbancando el gris y frío amanecer que había despuntado.
Amalia se irguió con prisa y tomó a Noel de la mano conminándolo a levantarse.
__Vamos __ dijo.
__ ¿A dónde? __ preguntó él, poniéndose en pie.
__Lejos de aquí, a mi casa…y si Yemayá y Dios quieren, a un nuevo futuro. Tú y yo, solos, empezando una nueva vida…
__No me conoces, he matado, soy un traidor… la gente…
__La gente, la gente, estoy harta de lo que diga y piense la gente, de que nos controlen la vida, de que no nos dejen respirar… Además, nadie tiene que enterarse, será nuestro secreto.
__No sabes cómo soy…
__No me importa, me arriesgaré, ya te lo he dicho, tus ojos me dan confianza ¿O es que quieres regresar a tu casa?
__Allí no puedo regresar, comenzarían a hacer preguntas…
__ ¿Tienes más familia?
__Mi padre, pero nos abandonó cuando éramos niños. Vive en Santiago, es lo único que sé. Nunca se ocupó de nosotros.
__ ¿Entonces, qué temes?_ Amalia le apretó con fuerza la mano, como queriendo inyectarle el optimismo, la fe en lo que habría de venir.
Noel no tenía nada que perder, todo ya estaba perdido, quedó en silencio, era como si del infierno al cielo mediara sólo un paso y él estuviera allí para darlo, para cruzar ese límite que ahora se le antojaba minúsculo. Si emprendía con Amalia aquel vuelo, un nuevo futuro se abría, incierto, claro está, como todos los futuros, pero podía ser un oasis en el desierto, un pequeño paraíso en el gran infierno. La humanidad cruzaba de la vida a la muerte, era lo normal, sin embargo, él, haría lo contrario, cruzaría de la muerte a la vida.
Semidesnudo, con su gastado bañador beige, con la toalla sobre los hombros, apretó la mano de ella también, y despacio, muy despacio, como si el tiempo a partir de ese momento dejara de correr para  ellos, comenzaron a andar.

Amalia la salvadora, Amalia la viuda del héroe, Amalia despertando la mañana, Amalia la amante del traidor, Amalia… mirando el mar.

FIN.

Este es uno de mis primeros relatos de mi etapa de adulto. Sé que está lleno de imperfecciones, pero, como siempre digo, es un hijo del aprendizaje al que le tengo un cariño especial y merecía ser rescatado del cajón del olvido.



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